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sábado, 25 de noviembre de 2017

... Y PRIMAVERA EN EL GALLINERO

Hagamos memoria. Terminamos el invierno con dos gallinas veteranas (en su año cuarto), cuatro gallinicas jóvenes y un gallo joven y apuesto. Todas negras, aunque algunas con plumaje marrón en el cuello. Todas Serranas de Teruel. Pura raza, si es que hay tal. El corral se había ampliado con una extensión cercada de mala gallinera que hubo que elevar para evitar que se volara Velociraptor. Espacio suficiente, aunque no lo necesario para una raza acostumbrada a la semilibertad masovera.


La primavera iba entrando lentamente. Los narcisos ya estaban en flor, pero las heladas no aflojaban.


En estos días, las gallinas perciben el progreso en el fotoperiodo. Y ponen mucho. Bueno, mucho para lo que es costumbre en este pequeño gallinero. Unos 25 huevos por semana. Están activas las cuatro jóvenes aunque las dos viejas ponen muy poco. 

El gallo sigue encendido. Las monta a cualquier hora. Sobre todo a primera. Se le sale la testosterona, o como se llame su hormona sexual. Es agresivo. Picotea a las gallinas las plumas de la espalda antes de montarlas y les clava unos tremendos espolones dejando el dorso pelado y enrojecido. Ellas parecen resignadas. Incluso se comen las propias plumas desprendidas. ¿Digerirán la queratina?

Entra abril. El mirlo está muy activo picoteando la tierra y el verdín. El macho de verderón se desgañita marcando su territorio, con su trino, en la punta del ciprés. El petirrojo, se marchó a criar al monte. Una semana antes de lo habitual ha llegado el ruiseñor. Los gorriones molineros han perdido el miedo y entran a comer al gallinero. Menudos bandidos. 

Velociraptor sigue genio y figura. Después de subir la cerca otro metro de altura continúa escapándose. ¿Por dónde? No lo sabemos. Posiblemente levante el vuelo en vertical, como los "harrier". Le planta cara a cualquier otra gallina y, por supuesto, al gallo. Es la dueña del cotarro. Aquí funciona el matriarcado. 

Son los últimos días que les dejamos salir por el jardín. Agradecen picotear los brotes de las hierbas y escarbar entre las hojas que se descomponen bajo los aligustres. Lo suyo es escarbar.



Con retraso, como todos los años, llegó el momento de labrar el huerto. Y de sacar el compost.


Entre los restos del huerto y el fiemo amontonado en el comportador se refugia no se qué especie de escarabajo que pone allí sus huevos y por eso "se crían" unos gordos y blancos gusanos. Esa tarde recogimos una cuarentena de larvas. Y se las llevamos a las cocos. Como locas.


Les vengo dando las verbianas que crecen en los barbechos. Las comen con poca gana. Debe de tener sustancias que no les agradan. Pero, conforme entra abril, van viniendo los primeros ababoles y las cenicillas. Lo agradecen. 


Como hay mucho ababol en los campos, les llevamos en abundancia y empiezan a cansarse. Solución: que lo tengan a gana. Se lo dejamos a la vista, pero inaccesible, al otro lado del rete. Mano de santo. Al poco, se lo damos ... y a comer.


Las gallinas aprovechan todo. Los restos de las comidas son para ellas. Cuando alguna vez les llega algún resto animal, incluso de pollo, no dejan nada. Pero aún así, siempre hay alguno que lo pasa peor. Un gato callejero de pelo pardinegro se mete en el corral y aprovecha los huesos. Como el poema de Calderón de la Barca.

Abril nos reservó una sorpresa final. Una nevadica.


El Ajutar amaneció con un manto blanco. Por la mañana, las gallinas volvieron a salir perezosas al corral, sin ganas. Ni los ababoles les animaban ...


Para evitar -sin éxito- las habituales fugas de Velociraptor, pusimos en el corral grande una malla de plástico, de las que se colocan para sombrear o para cerrar un espacio a la vista. Esta malla se cargó de peso y dejó una parte del corral libre de nieve. 

 
  
Pero duró poco, lució el sol por la mañana y regaló pronto. Como la estación de esquí de Sierra Nevada, podíamos llamar al del Ajutar, "Gallinero, Sol y Nieve". Lo nuestro es el marketing. 


Y entró mayo. Abundancia de ababoles. ¡Como les gustan! A veces pienso que la papaverina que hay en el látex de trallo y hojas las medio "coloca". Su opiáceo.


Y también los primeros pipirigallos ...


Y los alfaces ...


Se acabó la sequía de clorofila y de vitamina A.

La primavera fluía plácida en el Ajutar. Las rutinas habituales (comer, poner, dormir y algo de sexo) llenaban las horas del día. Y así uno tras otro. Mientras en el huerto y el jardín, bullía la reproducción y la crianza entre los pajaricos, las plantas y los insectos. Pero ... algo sorprendente ocurrió.

Gallinas y gallo dormían, como debe ser, en los palos del gallinero. Un lunes de mediados de mes, observamos que una de las jóvenes, la del cuello más dorado, se metió a dormir al cajón, amaneciendo en el mismo sitio. A mediodía ya no estaba. No le dimos más importancia. El miércoles noche, vuelve a dormir la misma gallina al mismo ponedero. Le colocamos dos huevos. Sigue todo el jueves y le ponemos cuatro más puestos en el día. ¡Ay madre, que igual se nos ha puesto culeca! El viernes la levantamos y observamos que hay ocho huevos. No sabemos cómo ha llegado ese par. Los marcamos con una "X" escrita a lápiz. Y le ponemos tres más, de la nevera, que marcamos ahora con una "N". Total, once. ¡Qué alegría!


Ella sigue allí el sábado y el domingo. Preguntamos a los amigos que tienen gallinas. Nos dicen que los huevos fértiles no soportan el frío. Retiramos los huevos que estuvieron en la nevera. Normal. ¡Qué ocurrencias!

Me comenta José Antonio que todos los pollos deben nacer a la vez. Para ello, hay que ponerlos todos al mismo tiempo. Y no lo que hemos ido haciendo, al añadir huevos en sucesivos días. Cambio de planes. Esperaremos a tener once o trece huevos (ha de ser impar, traditio dixit) para ponerlos todos a un tiempo.

Mientras tanto, a nuestro amigo Tomás se le ha puesto una gallina culeca. Como no tiene futuro, pues no hay gallo en ese gallinero, le paso los ocho huevos con entre seis y ocho días de incubación. 

Y a la nuestra, ese mismo día (25 de mayo) le ponemos trece huevos puestos entre tres días y que no han estado en nevera. ¡A ver qué pasa!


La joven rubia incuba paciente día tras día. No estamos muy encima pero ningún día la vemos fuera del ponedero. El primer día que esto ocurre es el 5 de junio. Ya lleva diez días, aún le faltan otros tantos.

El resto de las gallinas, a su ritmo. Comer, poner, sexo y dormir. Comienza a bajar un poco el ritmo de puesta, aunque hay una ponedera menos. A nuestra joven culeca la observan con curiosidad.


Y en estas estamos cuando, el día 14 de junio, encontramos cuatro pollicos esbulligando junto a la madre en el cajón. ¡Qué alegría!


Dos negricos, uno marrón y otro rubico. ¡Que preciosidades!

El día siguiente la madre sigue estoica en el cajón. No se cantea. Los pollicos, más pitos que ayer, se mueven entre la paja y bajo la madre. ¿Qué hacemos? Allí no hay comida y no saben bajar al comedero. Nuevas dudas que nos resuelven los expertos. Nos dicen que la gallina o incuba o cuida a los pollicos. Solución, separarlos.

Con una caja de transporte de bicicleta de cuando Anchel volvió de su Camino de Santiago, preparamos un corral y lo metomos al garaje. Lo rellenamos de paja y ponemos un par de platicos con harinilla de panizo y otro con agua.


Picotean los granos de cereal y beben en los platos inmediatamente. Se suben en ellos. No saben de reglas. Por la noche se agrupan en un rincón. Termoregulan muy mal las aves en sus primeros días. ¡Con lo bien que estarían con su madre!

Solución. Traer a la madre con el nido y ponerlo en un cesto accesible.


Ella sigue incubando mientras que los polluelos ellos entran y salen del nido al corralico. Por la noche, duermen bajo sus plumas. Por el día la usan como parque infantil.


Un huevo aparece roto y se observa un embrión en avanzado estado de desarrollo. Lo retiramos.

Le ofrecemos lechuga y alfaz a la madre, que picotea gustosa y les enseña a hacerlo a los pollicos.


Se levanta a comer de los platos pero no sale del corralico de cartón. Produce unos excrementos de un olor muy intenso. Lo que hacen las hormonas.

Han pasado veintiséis días desde el inicio de la incubación. Y ya no nacen nuevos polluelos. Le retiramos todos los huevos. Ha permanecido incubando las tres semanas de rigor, más otra extra por nuestra falta de experiencia. Me llevo los siete huevos no abiertos a la clase de 1º de Bachillerato de Biología y Geología para abrirlos en el laboratorio, cuatro están completamente hueros y tres embrión malogrado en avanzado desarrollo. Todo se aprovecha.

Respondió inmediatamente al cambio. Comenzó a moverse dentro de la caja, a escarbar infructuosamente bajo la paja ... ¡Tenía ganas de moverse!


Cuando se mueve con sus pollos, levanta la cola y emite un cloqueo corto y repetido. No lo había hecho nunca. Suponemos que es una comunicación con los pequeños.

La madre picotea la harinilla y bebe en el plato. Escarba tanto que llena de paja bebedero y comederos. Todo por todo. Le viene pequeño el cajón de cartón. Y quiere salir. Hay que hacer algo. Otra vez. Nuevos planes.

Preguntamos a los amigos si las gallinas grandes agredirán a los polluelos. Unos me dicen que la madre los defenderá. Otros que sí, que los separe durante unos días. Principio de la cautela. Los separaremos.

Primero, cerramos la puerta del rete entre los dos corrales. Segundo, ponemos un cajón para que puedan dormir y lo cubrimos con una mesa por si llueve. Tercero, colocamos bajo la mesa un plato de comida y un bebedero. Y nos llevamos al corral pequeño a las gallinas y al gallo. Mudanza.

Se adaptan muy bien al cambio. Como los gases, los pollicos ocupan todo el espacio que se les ofrece. Suben un bajan, corretean, picotean todo el suelo. Como son menudos, se cuelan por los agujeros de la malla gallinera pasando al jardín. Malo será que no los enganche algún gato y se los coma. Coloco ramas de aliaga y de boj en la parte de fuera para disuadirles de salir. Inútil. Van engordando día a día. A veces se salen fuera y no pueden entrar. La madre duerme en el suelo, no le gusta el cajón. Y los pollicos bajo su cuerpo.

Una tarde, al caer el sol, la madre se mueve inquieta alrededor de la puerta que une los dos corrales. No le gusta dormir al raso. Le abro el paso y pasa rápido al gallinero. Se sube a dormir al ponedero más alto. Y los pollicos, la miran desde el suelo. No pueden subir, o eso se me ocurre. Le tapo ese ponedero con una tabla. Busca alternativa. Se acomoda en el ponedero de abajo. Allí, los pollos acceden bien. Todo en orden.

Por la mañana, los dejamos juntos. Parece que los adultos aceptan a los pequeños. La madre está encima desplegando energía en todo momento. Emitiendo su cloqueo de alarma ante cualquier situación. Por si acaso sobrealimentamos a todo el mundo. Ya se sabe lo que dice el refrán "Cuando no hay harina todo es mohína".


Para que los grandullones no se coman la harinilla de panizo y guisante, la colocamos en platos debajo de una tabla. Ellos pequeños pueden llegar, los primeros no. Pero lo intentan. Y es que ya se sabe, se desea lo que no se tiene.


Los pequeños se mueven entre los adultos. Aprenden a no ser demasiado impertinentes. Aún así se ganan algún susto. Aprenden a manejar las distancias de precaución. Están majos, ya tienen el tamaño de una codorniz.


Una mañana nos encontramos muerto al pollico rubio, nuestro preferido. No hay indicio de violencia. Tal vez alguna infección. Nos quedan tres, dos negricos y el marrón.

Entramos en julio. La madre se empeña en dormir en el ponedero alto. Algún pollo consigue acceder pues aparece dentro. Los demás miran desde abajo. Pero descubren el paso. Se suben a los palos, de allí saltan a la tolva desde donde saltan de nuevo al cajón de arriba. Ellos solos se apañan. Todos a dormir juntos. Al calorcico de la madre.


Esta pollada ha sido la alegría del gallinero. Hace unos días, hablando con un vecino de Ababuj que había criado animales desde niño, me contaba que tenía gallinero. Y que lo que más le gustaba en sacar adelante pollicos a partir de alguna gallina culeca. En su caso, este verano, tenía una así pero no llegó a término, según parece, por que tronó los días antes de salir del huevo. Cosas.

Así fuimos entrando en el verano. Con dos gallinas viejas. Cuatro jóvenes, una de ellas flamante madre de tres pollicos y un gallo. En total, diez. No nos ha faltado entretenimiento.

1 comentario:

  1. Cómo me gustan estas crónicas! Disfruto un montón con el relato de la vida y costumbres de tus gallinas. Un abrazo

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