Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

lunes, 24 de julio de 2017

INVIERNO EN EL GALLINERO

Comenzó el invierno astronómico con una buena noticia. Tras seis semanas de sequía, las jóvenes gallinas comenzaron a poner huevos. Allí nos quedamos en la última crónica de este pequeño gallinero calamochino. 

Dos razones para el retorno de la puesta. 

El cambio de tendencia en el fotoperiodo, con días progresivamente más largos desde el solsticio. Y la buena condición física del equipo. Recordemos. Dos gallinas castellanas negras, una en su tercer y otra en su cuarto año. El resto, serranas de Teruel. Dos de ellas en su tercer año. Seis gallinas en su primer año y un gallo, en el centro de la imagen.


Entraron en tromba. Primera semana 14 huevos, segunda 17, tercera y cuarta 24, quinta 27, sexta 28 ...


Confirmamos las sospechas. Las negras castellanas, no ponían. No vimos ningún huevo blanco. Y es que la edad pasa factura en las gallinas. Incluso en las de razas rústicas. Todos los huevos eran de serrana de Teruel, sobre todo de las jóvenes, pero también de las veteranas, especialmente de la de ojos negros pues la otra, la de ojos amarillos y mirada penetrante, Velociraptor, se dejaba caer poco por el ponedero.

La buena condición de los animales se fundaba en su alimentación, basada en trigo que les proporcionaba el almidón y la proteína ...


en las pipas, ricas en lípidos (y acompañadas de unas diabólicas semillas que darían mucho que hablar) ...


guisantes, ricos en proteínas y almidón, que tuve que moler con la máquina de Tomás pues se les hacían "bola" ...


Intentaba aportarles algo "verde". Pero había bien poca cosa. Las hojas de fuera de alguna hortaliza de consumo casero .... y poco más. Bueno, sí. Trigo germinado que les volvía locas y que se lo comían en un santiamén.


Conforme fue avanzando la estación, les di algunas hojas de nabo o alguna rabaniza, pero las comían sin entusiasmo. Querían lechuga y col. Paciencia y a barajar. Ya llegará la primavera.


Y también les ayudaba en su condición en el ejercicio físico. Muchas tardes, cuando ya estábamos en casa, las dejábamos sueltas por el jardín y el huerto. Bueno por la mayor parte del huerto, pues tuvimos que cercar con malla gallinera el rincón donde reservábamos las últimas coles, escarolas y puerros, las hortalizas de invierno. Una malla de un metro de altura y unas cañas bien hincadas eran suficiente límite para proteger los restos del hortal. 


Ellas, en cambio, estaban felices picoteando las espiguillas y otras hierbas que pretendían germinar, revolcándose en la tierra y soleándose protegidas del cierzo por los aligustres. Casi siempre gregarias, como buenas gallináceas, salvo algún espíritu libre que siempre hay.

Trigo de Bañón, pipas de Calamocha y guisantes de Ferreruela. Alimentación Km 0. 

El huerto era el parque nacional. La tarde, su momento deseado. Carreras, vuelos largos y, sobre todo, escarbar. Escarbar en las jardineras de los bulbos, en la hojarasca retenida bajo los aligustres o, directamente, en la tierra del huerto. Dicen que es bueno para reducir las plagas de los huertos. No lo sé. Gallinaza, al menos, han ido dejando sobre el suelo.


Al caer el sol, ellas solicas entraban al gallinero. Sin problemas. Eso sí, como solían hacer en otoño, las mayores bastante antes que las jovenzanas, que no tenían hora de volver al palo. En particular, dos de ellas, muy parecidas en su físico, plumaje corporal negro pero con listas marrones en cuello y cabeza, y en su carácter pues ambas eran inquietas y curiosas. Yo las llamo, "esclavas de la moda" pues siempre están tras lo último que les das, aunque sea lo mismo que ya llevan en el pico.

El frío, en cambio, no les hacía mella en su vitalidad. Llegaron los hielos de enero. Comprobamos lo importante que puede ser el microclima. El sector del jardín donde levantamos el gallinero resultó ser una zona con unas temperaturas entre cinco y seis grados más bajas que las que se producían en el balcón de nuestro dormitorio. No era raro alcanzar los -12 ºC.


Por la mañana. Se formaban cristales de hielo sobre la madera. Arte efímero. Los primeros rayos de sol los regalaban.


Bueno, en realidad, el termómetro no estaba al aire sino en el muro de la casa. Ya suponíamos que este iba liberando calor a lo largo de la noche por lo que el termómetro no reflejaba solo la temperatura del aire. El hecho es que hacía frío. Por las mañanas, el agua del bebedero aparecía congelada en la superficie.

Y, como los padres primerizos intentamos intervenir. Con unos cartones recios y unas moquetas viejas forramos el interior del gallinero a modo de aislante. A ver.


No resultó muy eficaz. Se ganaban unos cuatro grados más con respecto al exterior. El calor liberado por las gallinas se retenía algo mejor con este rústico sistema de aislamiento. A ellas, poco parecía importarles el frío.

Terminaba enero y con él la cosecha del panizo, un poco más tarde que otros años por las abundantes lluvias de noviembre. En El Codujón Felipe ya había cosechado también. Como no tiene ovejas, las pinochas no se aprovechan en la rastrojera y el tractor las iba a envolver dentro de unas semanas. Un viernes por tarde, mientras caía una suave lluvia, me acerqué a recoger unos sacos de las pinochas que habían quedado entre las cañas. Daba gozo verlas tan majas.


Comprendes la querencia de las grullas invernantes en la laguna de Gallocanta por bajar a la vega del Jiloca a comer en los rastrojos de panizo. 

Llevaba unos cuatro saquillos medio llenos cuando me hice un corte profundo con la astilla de un cañote. Se seccionó la arteria que entra en el pulgar de la mano derecha. Hemorragia abundante y difícil de cerrar, ambulatorio de Calamocha y Hospital de Teruel. Cierre de la arteria e inmovilidad. Al cabo de una semana, el dedo recuperó la movilidad pero la sensibilidad ya no es la misma. Se cortó también algún nervio. Y es que por el cuerpo los vasos sanguíneos y los nervios van juntos, en paralelo, como las tuberías del gas, del agua y los cables eléctricos que van bajo tierra todos por el mismo sitio. Esto me pasó por no llevar guantes. Para aprender, perder. 

La primera semana de febrero nos trajo una pequeña nevada. Lo justo para cubrir el suelo.


Lo cierto es que yo pensaba que estas serranas cogerían la nieve con ganas. Que al abrirles la puerta del gallinero saldrían corriendo al corral a pisar nieve. Como en las masías del alto Alfambra y del Maestrazgo. Error. No tenían ninguna gana. Andaban sobre la nieve como Chiquito de la Calzada. 


Las pinochas pequeñas de panizo las desgrané a mano. Cuando lo comenté en el trabajo, mi compañero Tomás me ofreció una máquina para hacerlo. La había construido él con materiales reutilizados. Es todo un ingeniero, lo digo por su ingenio. Un bidón, un eje, unas cadenas, una serie de engranajes  ... ¡a enchufar!

Metimos las pinochas ...


Conectamos a la corriente eléctrica ...


Y los zuros limpios, sin ningún grano.


Lo dicho. Un fenómeno.

Y, esa misma tarde, después de desgranar el panizo nos pusimos a molerlo, tanto los granos que habíamos obtenido como los 190 kilos que compré en la cooperativa de Cereales Teruel. Se trajo un molino y, tras meter los granos en el bidón, salía el molido. Algo de harina y muchos pequeños trozos de grano. Justo lo que quería.


Las gallinas vivían bastante bien entre el gallinero (2 metros cuadrados) y el corralico (4 metros cuadrados). Pero quisimos ir más lejos. Me sobró un buen trozo de malla gallinera y, considerando que en primavera se cerraría el parque nacional del huerto-jardín por razones obvias, decidí ampliar el corral ocupando un trozo de verdín hacia el leñero. Me salió un corral nuevo de 12 metros cuadrados.


Unas cañas, unas cuerdas y el rete. Abrí un paso del uno al otro. Y adelante. Un nuevo compartimento. Un remedo del jardín. Pero es que, todo, no puede ser.

Por esas fechas la población avícola descendió. Le pasé a Tomás dos de las jóvenes gallinas serranas. El equipo pasaba a ser de nueve miembros. Aún así, la producción de huevos no menguó mucho. Incluso siguió subiendo, con semanas de 27 y 29 huevos, ahora ya puestos por las cuatro jóvenes restantes y una veterana, pues ni las castellanas ni Velociraptor hacían nada de provecho.


Las gallinas pueden vivir catorce años perfectamente. A partir del cuarto, no ponen huevos. Esto se ha resuelto toda la vida de la misma manera. Sacrificando las gallinas a partir del tercero. Y empleándola para hacer caldo. Y eso hicimos con las dos castellanas. Teníamos claro que no eran mascotas. Un día se las llevó Manolo, el de Bañón, aprovechando que sacrificaba otras suyas. Y, en lugar de traernos la carne para cocerla y hacer sopa, nos trajo un pollo a trozos. Es que tenían poca carne, nos comentó. El pollo era de una carne musculosa y roja, nada que ver con el que venden en las carnicerías. Parecía de perdiz. Lo guisó Carmen con tomate y pimiento. Riquísimo.


Nos quedamos con un equipo de siete. Dos gallinas veteranas, el gallo y cuatro gallinas jóvenes. Todas serranas de Teruel de plumaje negro. Disponían de más espacio las restantes ...


Velociraptor se aprendió el truco de saltar la valla tan pronto le venía en gana. El resto, tranquilas, en su corral ampliado. Ella es un espíritu libre. Le compensaba vagar por el jardín o el huerto y pasar hambre sin acceder al comedero. Sus compañeras dentro del corral. Ella, dándoles la espalda, escarbando en lo que pretendía ser una jardinera. Genio y figura.


Un fin de semana largo que nos marchamos se escapó y estuvo varios días rondando por el jardin. Cuando volvimos cogió con una gana el trigo y el panizo ...

Mientras tanto ocurrió algo. Por las noches, cuando cerraba la puerta del gallinero para que no entre la uina, fui observando un ratón entre los cartones del aislamiento. ¡Qué majo! Pensé. Bueno, pues igual que les ponemos pipas a los carboneros en la terraza, aunque se coma un ratón algo de grano tampoco pasa nada. Cada vez era más frecuente ver al ratón. Lo veía todos los días. ¡Cuánto cunde y qué confiado es! Me dije. Ya era fijo el verlo también cuando abría por la mañana. Y así seguí hasta que una noche se me ocurrió levantar la caja del ponedero. ¡Salieron cuatro ratones!

Bueno. Lúa, la gata, podría hacer algo. Igual si la meto un rato por la noche, el olor provoca que los ratones se vayan. Probé un buen rato hasta que salió aburrida en el gallinero. Lo intenté el día siguiente. Escarmentada, desde el primer momento empezó a maullar. Eso es lo que tienes que hacer. Firme estrapalucio durante una hora. Los ratones, ni caso, quietos en la mata escuchando a la felina. Resultado nulo. Los ratones, indiferentes, seguían a lo suyo. Como dijo la Biblia ...  ¡creced y multiplicaos!

Se acabó el buenismo y puse en marcha el Plan B. El exterminador. Con lucha biológica, eso sí. Cebo de tocino de Jamón de Teruel y cepo de tablilla. Cinco cepos instalados al anochecer y retirados antes de que bajaran las gallinas de los palos. De noche. En fin, un ferrete para mí el tema de los dichosos ratones.

La segunda semana de marzo cayeron trece ratones. En un día llegaron a caer cuatro ratones. ¿Qué hacer con los ratones capturados? Pensé en la gata de nuevo. Pero, si la camandulera no los caza, se los voy a dar en bandeja. ¡Sí para tus morricos! pensé.

Bueno, si las gallinas son animales omnívoros. Voy a probar. Les echaría los ratones a las gallinas a ver qué pasaba.


Éxito total. La carne es como una droga para estas aves. Cogían el ratón por el pico y la perseguían todas las demás, tal como le ocurre al jugador que coge el balón en un partido de rugby. ¡Qué afán!


Y, cuando aflojaba la presión, se lo engullían en dos golpes ...


La tercera semana cayeron cinco. Y la cuarta, tres. Finalmente, cuando tras varios días consecutivos, sin coger ninguno retiré los cepos y pude dormir un poco más.

Al fin y al cabo es dar un rodeo en la cadena trófica. La entrada del ratón, un competidor de la gallina, no llega a ser una pérdida total si dejamos que la gallina pase a ser un consumidor. Parte de la energía vuelve al sistema.

 

Velociraptor seguía a lo suyo. A fugarse. En alguna día, hasta tres veces en un día. Hay que intervenir. La solución, elevar un metro más la malla gallinera. Compré varilla de hierro corrugado y más red metálica. Ahora ya eran dos metros de altura. Se acabaron sus aventuras.

Mientras tanto el gallo mostraba su poderío a todos los niveles. De madrugada cantando de noche cerrada. Y, por el día ... sexo. Sexo a cualquier hora. Un fenómeno. Dormía en el palo alto del gallinero, junto a las seis gallinas. Ellas, más hábiles, por las mañanas, al abrirles la puerta salían al corral. Las primeras, siempre, las "esclavas de la moda". Después el resto. Pero siempre de forma civilizada. Bajando del palo al suelo. Menos el gallo. No sé qué clase de limitación tiene este gallo que su manera de bajar del palo donde duerme, es lanzarse contra la puerta.

- ¡¡Boum!! Ya está ... ya ha bajado el gallo.

Es el último en salir al corral. Y, tan pronto lo hace, patea un poco contra el suelo y se pone a cumplir su misión biológica. Bueno a intentarlo. Algunas veces las gallinas acceden. Las monta cogiéndolas por el cuello con el pico. Terminan pronto el kiki. Ella ahueca sus plumas y sigue a lo suyo, picotear. Él, pues se toma un breve descanso ... y vuelve a por otra.


Las más de las veces, ellas no tienen ganas de sexo a esas horas y aunque las encorre, suelen salirse con la suya. Hasta que, al rato, él, que no rebla en su empeño, reblandece su voluntad. Cuando les doy algún bocado apetitoso, él las deja comer, parece ser consciente del enorme esfuerzo energético que tienen las gallinas ponedoras.



Mientras tanto, en aquellos días de marzo, el número de horas de luz aumentaba y la vida se preparaba para dar su eclosión. Llegamos al equinoccio. El invierno llegó a su fin. 

miércoles, 19 de julio de 2017

SAUCES TRASMOCHOS EN RUMANÍA

Sabíamos de la presencia de los sauces trasmochos en Rumanía. Disponíamos de fotos que nos habían hecho llegar amigos que habían visitado el país y, sobre todo, por visitar la magnífica web Arborii remarcabili din Romania


Con esas ideas en la cabeza, al iniciar hace un año un viaje por el centro y norte de Rumanía, nos pusimos las "gafas de ver sauces trasmochos" en nuestro recorrido por las regiones de Maramures, Bucovina, Moldova y Transilvania, al tiempo que disfrutábamos de otros valores culturales y naturales de este extenso y complejo país.



Partimos de Cluj y nos encaminamos hacia Maramures con la intención de conocer la que sabíamos era una de las regiones con una cultura popular más auténtica y viva en Europa. Así, mientras atravesábamos los montes Lapus, poblados de prados arbolados y de bosquetes, y antes de hacer la primera noche ya pudimos verlos. 


 En plena gestión, formando parte de vallados de madera que separaban los prados.

Al día siguiente estuvimos estuvimos recorriendo los pueblos de los valles del Mara y del Izei. Vimos alguno. En Botiza cerca del río ....


y en Ieud, unos árboles jóvenes con poda de formación utilizados como soporte para colgar el heno y secarlo ...


Recorrimos muchas carreteras secundarias de Maramures atravesando colinas y pequeños valles. Encontramos sauces trasmochos, pero no muchos. 


Para ello, tuvimos que viajar hacia el este, atravesar el puerto de Prislop que separa los Montes Rodnei y Maramuresului ... 


... y entrar en la región de Bucovina.  

Bajando el puerto, junto a unos campamentos de familias gitanas, hay un pequeño pueblo dedicado a la explotación y la gestión forestal. Entre los escasos prados había pequeños grupos de sauces trasmochos ...


los más con el turno perdido de poda, tal vez debido a la gran abundancia de madera que producen estas montañas ....


Estos fustes eran muy similares a los que encontrábamos en los prados y que servían como eje en los apilamientos de heno ...


Seguimos descendiendo, internándonos en los Montes Suhardul, ya en los Cárpatos Orientales, y volvían a estar presentes en los prados ....


y en las orillas de los caudalosos torrentes sobre potentes depósitos de gravas y cantos.


En la región de los famosos monasterios de Bucovina, iglesias fortaleza ilustradas con pinturas religiosas en sus fachadas, como la de Voronet ...


los encontramos con cierta frecuencia, casi siempre en los márgenes de los ríos ...


en Moldovita ...


pero también en prados como en Humor ...


Fuimos alcanzando las llanuras agrícolas del amplio valle del río Siret en donde se manifestaba la intensificación agraria de la etapa desarrollista ...


Pernoctamos en Agapia, ya en la región de Moldova (no confundir con Moldavia, el estado vecino de esta parte de Rumanía), muy cerca de un gran monasterio al que acuden en peregrinación los vecinos de la comarca. En particular, aquel domingo.

Y, de nuevo, nos los encontramos en prados y en márgenes de río ...


Volvimos a internarnos en los Cárpatos Orientales dejando Moldova para ir acercándonos a Transilvania. Piatra-Neamt, una pequeña ciudad situada entre montañas, nos ofreció la doble cara de la actividad económica en este país. Por un lado, la Rumanía campesina ...


y a menos de un kilómetro, una gigantesca cementera resultante de la industrialización de la etapa Ceaucescu hoy en manos de una empresa alemana ...


... en cuya campa se almaceban cientos de neumáticos de camión dispuestos a ser "valorizados energéticamente".

Entramos en Transilvania por una zona en la que la mayoría  de la población (o buena parte de la misma) es de origen húngaro: es el País Szekely. Callejeamos y cerveceamos por Gheorgheni y tomamos una carretera secundaria que nos llevó a una zona montañosa en la que ya se apreciaba una cierta diferencia cultural en la arquitectura popular.


Y, entre los prados, crecían jóvenes y cuidados sauces trasmochos ...


Hicimos noche en Sighisoara, una de las ciudades sajonas de la Meseta de Transilvania, donde comprendimos la larga compleja historia social de esta parte de Europa. Y donde descubrimos los espléndidos prados arbolados de Breite. Seguimos hacia el sur, hacia los Cárpatos Meridionales, los que separan Transilvania de Valaquia, ésta ya en la vertiente del Danubio.

Llegamos de parte tarde a Moieciu de Jos, cerca Brasov, la mayor de las ciudades sajonas, y de Bran, donde se levanta el espectacular castillo del conde Drácula. Y al pie de los Montes Bucegi y Fagaras. Dimos muchas vueltas por el pueblo hasta encontrar el alojamiento, lo que nos permitió comprobar la común presencia de los sauces trasmochos. Siguiendo lo visto hasta ahora. Cerca de los ríos ...


y en los prados ...


Al final dimos con el alojamiento y compartimos vinos y conversación con unos valencianos y malagueños con los que coincidimos.

No vimos sauces trasmochos en la atestada carretera que une Brasov con Bucarest, dirección Sinaia, cuando nos acercamos a conocer el palacio de Peles, la joya de la antigua corona rumana.

Al día siguiente nos acercamos a los montes Fagaras, la columna vertebral de los Cárpatos Occidentales Meridionales. Nos movimos en paralelo a esta cordillera, a través de pequeñas carreteras.


En lo alto, los pastos de montaña; a menor altitud, los bosques (hayedos y aciculifolios) y, en la planicie, los cultivos agrícolas. Entre los bosques y la llanura, se intercalaba un piso de pastos abiertos en el bosque. Aquí encontramos las mayores poblaciones de sauces trasmochos en nuestro periplo rumano.

Formaban parte de los setos que cerraban los prados y los campos de cultivo. Eran árboles gestionados por sus propietarios. Con ramillas de uno o dos años de edad.


Los habían plantados hace menos de treinta años ...


mientras que otros eran bastante veteranos ...


Nos encontramos a un paisano que quemaba cables en una especie de estufa para recuperar el cobre. Le preguntamos por la gestión de los árboles. Lo único que sacamos en claro era que nos pedía un cigarro. Y es que los idiomas son tan importantes ....

Seguimos ruta hacia Sibiu, otra de las históricas ciudades sajonas, volviéndonos a encontrar a estos árboles por los márgenes de los campos ...


Hicimos noche en una agradable casa de un pueblico situado al pie de los Montes Cindrel, otro sector de los Cárpatos Occidentales Meridionales. Bosques frondosos y muy extensos. El dominio del oso y el lobo. Dimos un paseo al amanecer ...


... y nos acercamos a la ciudad a disfrutarla mientras se iba despertando.

Sibiu, capital de Transilvania, está recuperándose en los últimos años, al calor de su nombramiento como Capital Europea de la Cultura por la UE en 2007. Callejeamos viendo sus casas de curiosos tejados, recorrimos sus preciosas plazas, subimos a alguna sus torres y entramos en la iglesia evangélica. En una de las lápidas funerarias ...


... ¡allí estaban de nuevo los sauces trasmochos!


Al entrar en el Museo Brukenthal, según nos dijeron la mejor galería de arte de Rumanía, encontramos un par de cuadros con estos árboles. Uno era de Denis Van Alsloot, un pintor flamenco del Renacimiento con abundante obra dedicada a los paisajes del entorno de Bruselas ...


Y el cuadro "Un sacerdote sajón entrando en su parroquia en invierno" pintado por Franz Neuhauser (1763-1836) que refleja un paisaje periurbano de Sibiu en el que están presentes los árboles de poda ...


Salimos de la ciudad dirección Alba Iulia pero dando un rodeo por carreteras secundarias. ¡Qué paisajes tan preciosos nos ofreció la tarde!


Y llegamos a una flamante pensión rural ("Agropensiune Cosette") situada en Benic, un pueblico cercano a los Montes Trascaului ...


 donde nos trataron con todo tipo de amabilidades y una gran cordialidad ...


 ... en un entorno de huertos con frutales, prados y campos de panizo. Y es que Rumanía es un magnífico destino para los amantes del turismo rural.

Por la mañana, tras un estupendo desayuno, hicimos una excursión por los Montes Trascaului y, de nuevo, nos encontramos con nuevos sauces trasmochos. No eran los más numerosos, menos frecuentes que los viejos frutales (ciruelos, nogales, manzanos, etc.) que poblaban aquellos prados, pero sí comunes.


Y vimos uno de los usos que ya conocíamos. Trenzar los mimbres para formar setos.


Allí encontramos los únicos chopos cabeceros (álamos negros trasmochos) que vimos en nuestro viaje por Rumanía. Una rareza allí.


 En nuestra última jornada por este país, sin prisa por volver a Cluj, recorrimos los Montes Apuseni, en los Cárpatos Occidentales Rumanos. Extensos bosques y prados de montaña ...


en los que sobrevive la cultura silvoganadera como demostraba el contenido de este carro: heno y ramas de abedul con sus hojas.


Eso sí, esta vez no vimos a nuestra querida salicácea como árbol de trabajo.

En definitiva, vimos que los sauces trasmochos son comunes en el paisaje rural de las zonas de media de los Cárpatos rumanos y que todavía están en uso.


Nos faltó conocer más sobre su aprovechamiento y gestión. ¡Para la próxima visita!