Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

miércoles, 1 de octubre de 2014

UN ENVASADOR PARA EL AZAROLLO

Cuando a cualquiera de nuestros abuelos le pides un “envasador” te traerá lo que ahora llamamos “embudo”. Es otra de las miles de palabras aragonesas que se van perdiendo por la uniformidad lingüística que traen los medios de comunicación.

Esa palabra me vino a la cabeza paseando el otro día por unos campos de Navarrete al ver esta imagen.

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En la parte inferior de la foto, dos campos. Uno en rastrojo, el otro en barbecho laboreado. Entre ambos, un ribazo inteligentemente creado por los campesinos, sabedores que hay que aumentar la infiltración del agua y frenar la violencia de la escorrentía. Aunque labrar el campo costara dar algún paso más.

En la parte alta, un campo de almendros. Algo casi exótico. Resultado de la moda que llegó hace unos cuarenta años. Están cuidados pero darán fruto cada cinco años pues las heladas de abril son casi seguras. El valle del Pancrudo no es país para almendros.

Entre unos y otros un aliagar tapiza unas arcillas rojas que aún muestran restos de los ribazos de, al menos, tres bancales perdidos hace tal vez cinco décadas. En el centro superior de la imagen se aprecia un escarpe de conglomerados. Una cárcava abierta en aquella época en la que todo se labraba o se sobrepastoreaba. Aquellos tiempos en los que hasta que se recogían las aliagas, era un pequeño tesoro.

Y, bajo la cárcava, un estrecho bancal, con su muro de piedra desvencijado, cubierto de aromática ontina.

En el fondo del bancal, un azarollo. Fruto de unos tiempos en los que todo el terreno se aprovechaba hasta el milímetro. En la cola del pequeño campo,, donde daba la vuelta el macho al labrar, un árbol frutal que rendiría azarollas para llevar a los hijos.

El bancal y el azarollo, se beneficiarían de las aguas de escorrentía del corto barranco. Un barranco que funcionaba como un “envasador”. 

1 comentario:

Jesus Lechon dijo...

No es país para almendras. Una gran verdad, o eso creía hasta hace un par de años cuando los almendros que mi padre planto para mi comunión, han empezado a dar alguna que otra almendra, bien sea por que tras décadas sin hacerlo se han acostumbrado al clima calamochino bien sea por que no ha helado como toca estos últimos meses.

En todos aquellos años de espera, mi padre decía resignado, no me explico en la dehesa hay cuatro almendras y aquí ni una, debe ser que aquellos los planto tu abuelo.

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